La vida se comprende mirando hacia atrás. Después de un punto y aparte o de un punto final. Se comprende con el corazón estropeado, con la sabiduría que dan los años y con las piedras que sorteamos.
Algún día llegamos a comprender que los vínculos no son contratos, que se necesita de al menos dos para construirlos, que dar mucho de uno es la muerte lenta de una relación, que esperar todo del otro duele y desilusiona, que de esto no se trata el amor.
Que no hay garantías y siempre corremos el riesgo de una despedida. Que se ama más “a pesar de” y menos por algún motivo. Que extrañarse de vez en cuando es abrir una ventana para ventilar la relación, es regalarse tiempo a uno mismo y regalarle espacio al otro. Que esto es tan importante y saludable como regalar el tiempo de uno para compartir momentos que, más tarde, serán recuerdos y anécdotas de lo que el otro te dejo.
Algún día comprendemos que cualquier persona nos puede herir y por esto la importancia de aprender a perdonar. Perdonar es también ponernos en el lugar del otro, no solo en sus zapatos sino también en su mente y su corazón.
Es saber que también te puede pasar a vos, que no somos perfectos y que son más las veces que nos equivocamos que las veces que acertamos. Que tenemos dos orejas y una boca para escuchar más y hablar menos. Que el mundo está lleno de personas que necesitan ser escuchadas, que solo eso a veces alivia ese más allá del dolor que es la angustia.
Algún día comprendes que lo que realmente vale es lo que somos, lo que damos, lo que hacemos sentir a los demás, porque lo más importante, cuando llega el tiempo de las despedidas, es haber dejado huellas, no cicatrices, como marca imborrable de nuestro paso por la vida de los que queremos.
Gabriela R. Rivera