Somos instantes, tan efímeros como el mismo acto de pestañear. Sin embargo nos pasamos la vida viviendo con la idea de que somos inmortales, de que siempre tenemos tiempo de sobra, ya sea para conseguir el trabajo que deseamos, para hacer ese viaje que soñamos, para dejar de fumar, para jubilarnos, para terminar la carrera o para irnos de casa.
Nos escondemos detrás de excusas convenciéndonos de que no es ese el momento, de que no somos capaces, de que no podemos. No nos damos cuenta de que lo que sentimos, a veces, es miedo. Tal vez esforzarte y trabajar duro en lo que siempre soñaste traiga aparejado el éxito, y vos tenes miedo de tener éxito.
¿Pero como puede ser esto? Todo el mundo quisiera tener éxito. No. Algunas personas inconcientemente se niegan la posibilidad de obtener placer, de disfrutar de alguna cosa porque no se creen merecedores de aquello. A veces también sucede que postergamos algo porque trae aparejado un cambio en nuestra identidad, donde quizas tenemos que empezar a tener mayores responsabilidades y no estamos del todo listos para enfrentar.
Dejar de fumar por ejemplo, implicaria empezar a lidiar con nuestra angustia de otra forma y preferimos ahorrarnos ese gasto de energía.
Irnos de nuestra casa implicaria empezar a hacernos cargo de nosotros mismos en toda su totalidad, y nuestro niño/a interior quizas no se sienta del todo preparado/a.
Poder implicarnos, poder hacernos la pregunta de qué se esconde detrás de ese acto de postergar lo que deseamos, requiere de un proceso de crecimiento personal, de cuestionarnos, de tomar conciencia de que el reloj nos marca el tiempo por vivir y es nuestra elección el cómo hacerlo. Cada segundo es un minuto menos y también un minuto mas, como oportunidad para trabajar en el hoy, enfrentandonos a las cosas que tememos, creciendo y evolucionando.