Hace unos días, escribia sobre el amor como aquello que viene a poner un limite al narcisismo, lo describia, en simples palabras, como aquella capacidad de reconocimiento del otro como persona.
Sabemos que hay muchos tipos de amor: el de pareja, el sexual, el filial, el fraterno, el de la amistad, etc.
Todos ellos tienen un rasgo en común: un componente que tiende a la unión. En todos ellos nos vemos llevados a actuar de tal forma que le hacemos sentir al otro lo feliz que somos porque existe. Nos mostramos dispuestos a escucharlo, a reconocerlo como persona, como otro diferente, como portador de una voz única.
Sabemos también que el amor y el odio son dos caras de la misma moneda y, que de uno al otro hay solo un paso de distancia.
En todos nuestros vínculos hay una ambivalencia entre amor y odio. Los sentimientos idealizados que tenemos hacia alguien conviven con los sentimientos negativos o como lo llamamos en psicoanálisis, persecutorios.
Odiamos a aquello que sentimos que nos produce un intenso daño y la intensidad de nuestro odio será proporcional a los daños vividos en el pasado. De aquí, la rabia, el resentimiento, el dolor, la venganza.
Lo esperable es que el amor domine sobre el odio, y así integrados, forma parte de la relación, pero no la invade
Ahora bien, ¿Qué lugar viene a ocupar la indiferencia?
Esta implica el no reconocimiento del otro como persona. Un ejemplo podria ser aquel momento en que vamos a hacer un tramite a la caja de un banco. El que esta del otro lado no es una persona, para nosotros tiene el significado de “cajero”, y nosotros para el, no somos una persona, tenemos el significado de “cliente” al cual hay que despachar y rápido.
La indiferencia implica estar absorto en uno mismo y cerrado al vinculo con el otro. En este sentido, hay un componente narcisista que predomina y no deja espacio para el amor.
Entonces, la cara opuesta del amor no es el odio, es la indiferencia.
Vos, ¿Cuántas veces actuas con indiferencia y cuantas veces con amor?