Violencia, Agresividad y Crueldad

Violencia es uno de esos términos que usamos de manera generalizada, y por tanto abusiva, para describir fenómenos muy diversos. Lo confundimos también con otros como agresividad o crueldad que, sin embargo no son idénticos.

La distinción clásica entre agresividad y violencia hace referencia al carácter individual y subjetivo de la primera frente al carácter social y colectivo de la segunda. La agresividad se presenta como una potencialidad del individuo que, según las teorías, puede estar ligada a lo instintual o a la formación del sujeto.

La violencia, por el contrario, es un fenómeno social que se manifiesta en acto y que se relaciona con un discurso que la articula y la alimenta. Puede dirigirse a uno mismo, al otro o a los objetos.

Para el psicoanalista Jacques Lacan hay un concepto, común a ambos, más interesante que es el de “goce” que, a su vez, une otros conceptos freudianos como la libido y la pulsión de muerte. La agresividad sería entonces eso pulsional del sujeto que es original y constitutivo. Resulta de la incidencia del lenguaje en nuestros cuerpos, de la huella que dejan, como marcas de escritura, todos esos dichos del Otro que escuchamos ya desde el inicio de nuestra vida. Todo eso que se dice, se habla y se cuenta de nosotros hace un surco en el cuerpo. Nosotros lo escuchamos de entrada como algo que carece de sentido, algo que no comprendemos pero que hace su trabajo moldeando y abriéndonos vías por las que transitamos, añadiendo luego otras palabras con las que construimos relatos de nosotros mismos. Cada uno se cuenta su historia con los materiales que ha tomado prestados de su entorno.

Cuando no encontramos cómo traducir en nuestra lengua las sensaciones corporales diversas que experimentamos (tristeza, rabia, pánico, angustia, dolor, ) se produce la violencia como un paso al acto bajo sus diferentes modalidades: las heteroagresivas pero también las autoagresivas (cortes, suicidio,..).

Ese pasar al acto como agresión (física o verbal) o como rechazo o indiferencia, no obedece, por tanto, a una lógica instintual animal sino a una lógica marcada por la palabra y los significantes, articulados a esas satisfacciones del cuerpo. La violencia implica que el sujeto renuncia a hacer uso del lenguaje, a asumir ciertos riesgos y opta por el rechazo del otro. La violencia es un impasse de la palabra.

Por otra parte conviene aclarar que la violencia no es lo mismo que la crueldad. El acoso escolar, por ejemplo, descriptivamente es un fenómeno violento ya que supone forzar al otro pero es más interesante para nosotros resaltar lo pulsional que conecta la intención agresiva con las demandas del cuerpo, con esa sensaciones que nos aprietan y se nos imponen para que les demos una respuesta que no tenemos aprendida.

Cuando no podemos responder a la exigencia de satisfacción que el cuerpo nos pide, tenemos la tentación de agredir al otro, como falsa salida a ese impasse. Manipulando, como en el bullying, el cuerpo del otro (ninguneo, agresión, injuria), ponemos a resguardo el nuestro. A eso le llamamos crueldad, un destino que damos a la pulsión sádica, presente, en mayor o menor grado, en cada uno de nosotros.

Reducirlo a violencia complica las cosas y puede resultar engañoso por dos razones a evitar. La primera que al generalizar el significante violencia y equiparar fenómenos muy dispares –todos nombrados como violencia- (violencia de género, acoso escolar, guerras, violencia mafiosa,..), estigmatizamos a sus autores y los etiquetamos como “jóvenes violentos”.

La segunda es que en el bullying, y en general en la mayoría de manifestaciones de la violencia en la adolescencia y juventud, se trata de una falsa salida temporal. Falsa porque no resuelve el impasse de cada uno con su sexualidad y su cuerpo, lo desplaza momentáneamente a otro. Y temporal porque es algo que va a encontrar luego otro destino a esa pulsión sádica, fuera del acoso.

La violencia no es un accidente del ser humano y del lazo social, es una respuesta fallida a un conflicto que vehicula la tensión inherente al sujeto y a la sociedad en la que vive. Freud se refirió a esto con su concepto de la pulsión de muerte para indicar que la palabra y su universo simbólico no bastaban para absorber ese conflicto constitutivo del sujeto y de su vínculo al otro. La palabra regula y frena esa satisfacción que desborda al ser hablante pero el empuje superyoico, ese imperativo del ¡Goza!, nos empuja a buscar el malestar más que el bien. Lacan llamó a eso el goce.

No siempre queremos el bien, a veces nos esforzamos denodadamente para buscarnos la ruina: consumos, conductas de riesgo, accidentes de tráfico, hábitos poco saludables, violencias varias.

Reconocer la existencia de esa pulsión es la primera condición para poder limitar su poder destructivo, aceptando entonces que nuestro objetivo no será la erradicación (imposible) de la violencia, sino su delimitación.

 

Fuente

http://joseramonubieto.blogspot.com.co/2016/05/violencia-agresividad-y-crueldad.html#more

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