Si nos prestáramos atención, nos daríamos cuenta que la mayor parte del tiempo nuestra mente está en el futuro, planeando cosas o preocupándonos. Haciendo suposiciones. Creándonos historias. Haciendo promesas. Anticipándonos. Ansiosos por saber el final del cuento.
Cuando nuestra mente no está el futuro, está en el pasado. Recordando momentos, conversaciones, personas. Arrepintiéndonos por palabras no dichas, enojos, asuntos inconclusos. Autorreprochandonos la persona que fuimos. Lo que no hicimos. Lo que dejamos de hacer. Reprochándole a otro la herida que nos dejó. El puñal por la espalda con el que nos sorprendió. Como nos abandonó.
Casi nunca nuestra mente está en el presente. Es el único momento que queda en el medio de la fuerza del tiempo por venir y la fuerza del tiempo que no vuelve. No nos detenemos a pensar en las cosas que podemos hacer hoy para sentirnos más livianos, en las excusas a las que tenemos que renunciar hoy a favor del cumplimiento de nuestros deseos. No pensamos en quienes nos rodean y acompañan en el viaje de la vida hoy. Nuestros ojos están puestos en los que ya se fueron.
Vivimos en lo que deseamos recuperar. Vivimos ansiosos por lo que vendrá y nos olvidamos de vivir el presente. Vivimos como si nunca nos fuéramos a morir y morimos como si nunca hubiésemos vivido.
Si intentáramos dejar de mirar atrás con enojo, nostalgia y resentimiento. Si intentáramos dejar de mirar hacia adelante con miedo. Si empezáramos a mirar alrededor con atención y aceptación, podríamos empezar a disfrutar de lo que hoy somos, de lo que nos está pasando y de lo que hoy tenemos.
Vivir es un regalo, lo que nos suceda hoy, sea bueno o malo es signo de que hay vida y es nuestra decisión con que lentes la observamos y con qué actitud la vivimos.
Lic. Gabriela R. Rivera