“No llores porque las cosas hayan terminado, sonríe porque han existido”
C.E. Bordakian.
El ser humano es un ser social. Siendo tan importantes para la persona las relaciones sociales, cuando esos lazos afectivos se rompen por fallecimiento del ser querido a la que está vinculado, lo que se produce es un estado afectivo de gran intensidad emocional al que llamamos duelo. Desde el propio nacimiento, como la primera dolorosa separación, la vida de cada uno de nosotros, de nosotras, es un continuo de pérdidas y separaciones, hasta la última y probablemente más temida, que es la de la propia muerte y la de nuestros seres queridos. Cada pérdida acarreará un duelo, y la intensidad del duelo no dependerá de la naturaleza del objeto perdido, sino del valor que se le atribuye, es decir, de la inversión afectiva invertida en la pérdida.
El proceso de duelo se realiza siempre que tiene lugar una pérdida significativa, siempre que se pierde algo que tiene valor, real o simbólico, consciente o no para quien lo pierde.
¿Qué es el duelo?
El duelo, del latín dolus (dolor) es la respuesta emotiva a la pérdida de alguien o de algo.
Bowlby define el duelo como todos aquellos procesos psicológicos, conscientes e inconscientes, que la pérdida de una persona amada pone en marcha, cualquiera sea el resultado. Podemos afirmar que el duelo es un proceso normal, una experiencia humana por la que pasa toda persona que sufre la pérdida de un ser querido. No se trata de un suceso patológico. La forma en que comprendemos el proceso de duelo está relacionada con la forma en que manejamos la muerte en el medio cultural en el que nos movemos y ha ido evolucionando según las distintas épocas por las que ha atravesado la humanidad. Es importante poder expresar, poner en palabras el propio sufrimiento ya que es un paso hacia su superación. La palabra posee una función terapéutica, la articulación de lo que a uno le pasa ante alguien que lo escucha y lo mira.
Freud en su obra ”Duelo y melancolía”(1917) define los objetivos de la elaboración del duelo en:
- La retirada de la libido invertida en el objeto.
- Su sana reinversión en otro objeto.
Dentro de los modelos psicoanalíticos, Melaine Klein insistió en que cada duelo reaviva la ambivalencia residual, nunca completamente elaborada, con respecto a nuestro objeto primogénito. Tradicionalmente, se ha entendido el duelo como un proceso que sigue unas fases, que van desde el inicio a la resolución del mismo.
1.Fase de aturdimiento o etapa de shock. Es un sentimiento de incredulidad; hay un gran desconcierto. La persona puede funcionar como si nada hubiera sucedido. Otros, en cambio, se paralizan y permanecen inmóviles e inaccesibles.
2.Fase de anhelo y búsqueda. Marcada por la urgencia de encontrar, recobrar y reunirse con la persona difunta, en la medida en que se va tomando conciencia de la pérdida, se va produciendo la asimilación de la nueva situación. La persona puede aparecer inquieta e irritable. Esa agresividad a veces se puede volver hacia uno mismo en forma de autorreproches, pérdida de la seguridad y autoestima.
3.Fase de desorganización y desesperación. En este periodo que atraviesa el doliente son marcados los sentimientos depresivos y la falta de ilusión por la vida. Se va tomando conciencia de que el ser querido no volverá. Se experimenta una tristeza profunda, que puede ir acompañada de accesos de llanto incontrolado. La persona se siente vacía y con una gran soledad. Se experimenta apatía, tristeza y desinterés.
4.Fase de reorganización. Se van adaptando nuevos patrones de vida sin el fallecido, y se van poniendo en funcionamiento todos los recursos de la persona. El doliente comienza a establecer nuevos vínculos.
Además, podemos distinguir distintas dimensiones de nuestro ser que se verán afectadas de diferente manera ante la experiencia de duelo, estas no son universales, generalizables, sino que vienen mediadas por la cultura en las que sucede.
Dimensión física, dolor o sensación de vacío en el estómago, opresión en el pecho, opresión en la garganta, palpitaciones, falta de energía, tensión muscular, inquietud, alteraciones del sueño, pérdida del apetito, pérdida de peso, mareos. También en la dimensión emocional, los estados de ánimo pueden variar y manifestarse con distintas intensidades. Sentimientos de tristeza, enfado, rabia, culpa, miedo, ansiedad, soledad, desamparo, sensación de abandono, amargura y sentimiento de venganza. En la dimensión cognitiva, dificultad para concentrarse, confusión, embotamiento mental, falta de interés por las cosas, olvidos frecuentes. En la dimensión conductual, aislamiento social, hiperactividad o inactividad, conductas de búsqueda, llanto, aumento del consumo de tabaco, alcohol, psicofármacos u otras drogas. Por último, en la dimensión social, resentimiento, aislamiento. Ademas también puede suceder que se replantean las propias creencias y la idea de trascendencia. Se formulan preguntas sobre el sentido de la muerte y de la vida.
Hay circunstancias que harán más difícil la elaboración del duelo: Muerte repentina o inesperada. Muertes traumáticas (suicidio, asesinato, etc.). Pérdidas múltiples. Muerte de un niño, de un joven. La relación con la persona fallecida. Relación de ambivalencia. Relación simbiótica. Relación de gran dependencia. Pérdidas previas no resueltas, doliente niño o adolescente, antecedentes de depresión y otros trastornos psicológicos, falta de habilidades sociales, baja autoestima. Contexto sociofamiliar. Ausencia de red social de apoyo, problemas económicos, hijos pequeños que cuidar.
Si bien es cierto que no todo proceso de duelo requiere de una intervención profesional, algunas personas necesitan hablar y expresar sus sentimientos sobre la pérdida en mayor medida y durante más tiempo que otras. La regla social de que es inapropiado manifestar sentimientos negativos fuera del periodo acotado por la cultura, priva a estas personas de satisfacer su necesidad; si además, tratan de ocultar su malestar para no verse rechazadas o para no sentirse incomprendidas por las demás personas y no lo logran, pueden llegar a pensar que no son normales o incluso que están desarrollando una enfermedad mental.
La estrategia fundamental para el manejo del duelo es darse tiempo y permiso para abordar de forma consciente el proceso y restablecerse. Es cierto que el tiempo en si mismo no nos alivia pero lo necesitamos para realizar una serie de tareas que nos llevarán a la superación de la pérdida. Debemos encaminarnos a aceptar la pérdida para reconocer que el ser querido ha muerto, debemos utilizar el tiempo para expresar de forma honesta y auténtica los sentimientos que acompañan la pérdida. Para recuperarse hay que permitirse bucear en una misma, en uno mismo y descubrir los sentimientos que habitan en nuestro interior. Es imprescindible para la superación del duelo, que la persona exprese tal como vive y siente sus emociones. Las emociones pueden estar acompañadas por sensaciones corporales. También pueden aparecer trastornos de la alimentación y alteraciones perceptivas como ilusiones o alucinaciones.
En general la persona doliente no es consciente de todos los roles que desempeñaba la persona fallecida hasta algún tiempo después de su muerte por lo que tiene que desarrollar nuevas habilidades y asumir roles que antes desempeñaba la persona fallecida. En esta tarea aprendemos a vivir solos, solas, a tomar decisiones sin el otro, sin la otra; a desempeñar tareas que antes hacía con el difunto, la difunta, o que compartía con el o ella. A pesar del dolor, la vida sigue a su propio ritmo y en ocasiones con exigencias importantes. El duelo nos obliga a solucionar los problemas que surgen de la carencia del ser querido. En este momento debemos reforzar el desprenderse del ser querido sin renunciar a su recuerdo, que nos facilite vivir sin la otra persona. La disponibilidad del doliente para empezar nuevas relaciones depende no de olvidar al fallecido, sino de encontrarle un lugar apropiado en su vida psicológica, un lugar importante, pero que deja un espacio para los demás.
La vida está llena de nuevas posibilidades. Se puede de nuevo disfrutar, se puede pensar en ser feliz y establecer nuevas relaciones. Es un proceso con altibajos porque, en ocasiones, en fechas señaladas, en aniversarios, se dispara de nuevo el dolor, la impotencia, la tristeza que creíamos superada.
Consideraremos que un duelo está resuelto cuando la persona es capaz de pensar en el o la fallecida sin dolor, lo que significa que consigue disfrutar de los recuerdos, sin que estos traigan dolor, resentimiento o culpabilidad. Sin descartar que pueda sentirse triste de vez en cuando, pero las acepta y además consigue hablar de esas emociones con libertad. Los duelos, por muy dolorosos y complicados que resulten, pueden ser oportunidades excepcionales para nuestro crecimiento personal y realización, siempre y cuando seamos capaces de afrontarlos y de integrar la correspondiente pérdida. La persona sana es aquella que no intenta escapar del dolor, sino que sabiendo que ocurrirá intenta saberlo manejar. El duelo se elabora sanamente según se va aprendiendo a recordar e integrar lo mejor de la relación con la persona fallecida, y se va pudiendo invertir la energía en nuevos afectos, y el ser querido queda habitando para siempre en algún lugar del corazón en el que domina más la alegría porque sucedió, que la pena porque terminó.
Fuente: http://scielo.isciii.es/scielo/lasperdidasysusduelos